GUILLERMO CERCEAU


 Gracias a la oportuna generosidad de un amigo he podido leer, en inglés (lamentablemente no leo polaco), “Los Libros de Jacob”, de la escritora polaca Olga Tokarczuk. Debo admitir que no tenía idea de la existencia de esta novela ni, por supuesto, del tema que trata, tema que me ha apasionado desde que lo conocí a través del clásico “Las grandes tendencias de la mística judía” de Gershom Scholem. De la autora solo sabía que se le concedió el premio Nobel de literatura, que por razones de un escándalo que ahora no interesa, le fue entregado con retraso junto a Peter Handke. La controversia sobre el escritor amigo y apologista de Slobodan Milošević desvió mi atención de una obra que conocía muy parcialmente y que en mi “vicio impune de la lectura”, esa compulsión de leer sin cuya satisfacción no puedo conciliar el sueño, se había entremezclado con muchas otras lecturas que poco a poco se van olvidando en una larga y confusa lista de la que no podemos extraer sino recuerdos más o menos equívocos. Así, “Sobre los huesos de los muertos” o “Los errantes” clamaron por ser releídos con más respeto y atención, que en mi caso significa tomar notas y no saltarme las páginas que me aburren. Este reclamo se produjo a raíz de la impresión que me causó esta enciclopédica, extraordinaria, maravillosa historia judía contada por una católica polaca. Sin exagerar, puedo decir que “Los libros de Jacob”, desde hace unas dos horas que terminé su lectura, ya forma parte de ese brevísimo canon personal que forman los libros que me sacuden el alma. Sé que esta nota no dice mucho. Solo deseaba transmitir a la gente que quiero una experiencia que me resulta cada vez menos frecuente y que si tuviera que adosarle un nombre, no dudo que usaría la palabra felicidad.



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