Mediodía |Eduardo Mariño|

 



Quedan pocos días para otro abril. Las primeras sensaciones de inestabilidad empiezan a manifestarse en mis pies y en mis anteojos.

Desde el amanecer he permanecido pegado a la ventana del muro este, siguiendo engañosamente el indiferente movimiento del sol, que ni un mínimo instante ha perdido el rojizo semblante de la aurora.

Hay unas pocas velas encendidas y mi cena sigue intacta junto a la puerta, donde la dejó el carcelero en la tarde de ayer. La proximidad de abril me enferma y los barrotes de mi celda se vuelven más fríos, como evitando mi acercamiento a las ventanas. El bosque se ve muy cercano, las primeras lluvias lo han extendido casi hasta el borde de la colina y casi puedo sentir la humedad de su follaje y los trinos de sus indescriptibles pájaros con plumas de sueño.

Ya casi es mediodía. Cuando las sombras se escondan, me meteré bajo la cama y trataré de imaginar que es medianoche, olisqueando las pocas cenizas de rosas que atesoro desde tu última visita. Ya casi es mediodía. Como todo cautivo, el tedio me embarga sin límites definibles. Es hora de dormir.



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